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EDITORIAL SEMANAL: EL SEMINARIO, CORAZÓN DE LA DIÓCESIS

Todo buen católico sabe o debería saber la importancia que tiene el seminario, como lugar de formación de los futuros sacerdotes, en la vida de una diócesis.

El Concilio Vaticano II destaca la importancia del Seminario para la vida de las parroquias y el afecto y apoyo que ha de recibir por parte de toda la comunidad diocesana. Dice así: Todos los sacerdotes deben considerar al Seminario como el corazón de la diócesis y prestarle gustosamente su ayuda.

Normalmente una diócesis suele contar con un seminario menor y un seminario mayor. La diócesis de San Vicente no es la excepción. El seminario Pío XII es el seminario menor de San Vicente y el seminario de la Inmaculada Concepción es el nombre del seminario mayor.

Que el seminario forme parte del corazón de la diócesis significa que su existencia es de vital importancia de cara al testimonio que la Iglesia da en el mundo.

Dada la importancia que tiene el seminario, es obligación de toda la comunidad diocesana el velar por el mantenimiento de aquellos que posteriormente serán los pastores de las diversas parroquias y comunidades cristianas.

De ahí que en un modo generoso y organizado se espera que cada una de las parroquias se esmeren en colaborar con la institución del seminario.

Por su parte, los fieles católicos esperan y confían en que el equipo de formadores y los docentes del seminario sea de primer nivel, es decir, que cuenten con una profunda vida espiritual y que cuenten con estudios adecuados en cada una de las disciplinas que se imparten en la formación de los seminaristas. Con ello se estaría asegurando que las nuevas generaciones de sacerdotes tengan las competencias exigidas para responder a las nuevas exigencias que plantea el momento histórico actual.

El resultado de una deficiente formación queda reflejado en el modo cómo los sacerdotes que salen ordenados del seminario afrontan la complejidad de situaciones que conforman la vida parroquial.

Con demasiada frecuencia se encuentran sacerdotes que no respetan las tradiciones culturales de las comunidades, efecto de una deficiente formación antropológica; otros tienen dificultades para exponer en modo ordenado las ideas de sus predicaciones, consecuencia de una débil formación pedagógica; los hay también que no saben hacer una equilibrada valoración exegética entre el texto bíblico y la realidad histórica, poniendo de manifiesto la poca profundidad de sus estudios bíblicos. Muchas veces, debido a una débil maduración de su vocación, dan a conocer sus frustraciones personales, no afrontadas psicológicamente en el proceso de formación.

Por ese camino se entiende que muchos sacerdotes, por no haber tenido una seria formación, no sepan cómo se organiza un proyecto de evangelización o un programa sistemático de atención pastoral o que confunda, incluso, una cosa con la otra.

Por todo ello, si el seminario, es la niña de los ojos del obispo diocesano, justo es que se hagan todos los esfuerzos necesarios para que nuestros seminaristas tengan asegurados los mejores niveles de formación.

Es importante saber que la mayoría de seminaristas mayores de El Salvador están inscritos en convenios de afiliación con universidades católicas, con el fin de que sus largos años de estudio sean reconocidos también con el título de licenciatura y tengan el aval de la educación superior universitaria. Cuanto esperamos que también nuestros seminaristas vicentinos un día puedan tener acceso a este tipo de beneficio.

Por lo demás, el pueblo cristiano seguirá apoyando la formación de los futuros sacerdotes para el bien de la Iglesia y la mayor gloria de Dios.

Plenamente integrada en el ámbito de la pastoral ordinaria, la pastoral vocacional es fruto de una sólida pastoral de conjunto, en las familias, en la parroquia, en las escuelas católicas y en las demás instituciones eclesiales.

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