calendario 2018

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DOMINGO DECIMOQUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO

1º Lectura: Is 55, 10-11
2º Lecura: Rom 8, 18-21
Evangelio: Mt 13, 1-23

La liturgia nos presenta este domingo la parábola del sembrador, que nos enseña dos cosas: la fuerza vital de la palabra de Dios y la necesidad de tener buenas disposiciones para abrir nuestras puertas a esta fuerza vital.
San Pablo nos dice en la carta a los romanos que el evangelio “es una fuerza divina de salvación para todo el que cree”. (Rom 1, 16). Es posible que nosotros no estemos bastante convencidos de la presencia de esta fuerza vital en la palabra de Dios, Jesús la compara a una semilla.

La primera lectura tomada del profeta Isaías, nos dice que la palabra de Dios produce siempre su efecto. El profeta no la compara con la semilla sino con la lluvia. La lluvia y la nieve bajan del cielo y riegan la tierra y la fecundan, hacen germinar la semilla. Así es la palabra de Dios. También ella como la lluvia y la nieve resulta muy benéfica y saludable.

Jesús compara esta palabra con la semilla en el evangelio. El es el sembrador ha venido a comunicarnos la palabra de Dios más aun El mismo es esa Palabra, El Verbo de Dios.

La segunda lectura nos muestra que la vida cristiana, no está exenta de gemidos, de dificultades. San Pablo nos hace nos hace comprender que el mundo se encuentra en una situación de tención, porque anda lejos de la perfección; se encuentra como en una situación de esclavitud, de corrupción; también nosotros participamos en este mundo imperfecto, que ha de ser transformado, poco a poco, gracias a la fuerza vital de la Palabra.

El evangelio de hoy nos impulsa a realizar un examen de conciencia ¿acogemos nosotros verdaderamente la palabra de Dios? cada domingo escuchamos en la celebración eucarística la palabra del Antiguo y el Nuevo Testamento, la Homilía nos impulsa a reflexionar a fin de comprenderla y abrimos mejor a ella pero ¿A cuál de las categorías de personas presentadas por Jesús en el evangelio nos asemejamos?

¿Es posible que durante la misa estemos distraídos, de suerte que la palabra caiga en un terreno que no acoge, porque es demasiado duro? ¿O bien somos como aquellas personas que aprecian la palabra, están contentas de escuchar una hermosa homilía, pero después no dan fruto, porque su alegría es superficial? Si la palabra de Dios no penetra de una manera profunda en nuestra mente y en nuestro corazón, cuando llegue la mínima dificulta reaccionamos, no según la inspiración de la palabra, sino según nuestro instinto natural. Palabra produce muchas gracias de iluminación, de fuerza, de paz y de alegría, solo en aquellas personas que conservan la palabra de Dios en su corazón y, así, cuando llega una dificultad o deben cargar con su cruz, lo hacen con amor.

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