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LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Cuarenta días después de la Resurrección, la Palabra de Dios describe cómo Jesús se despide físicamente de sus discípulos, dándoles las últimas instrucciones:

"Y les dijo: - Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará. Y estas señales acompañarán a los que crean en mi Nombre: echarán los espíritus malos, hablarán en nuevas lenguas, tomarán con sus manos las serpientes y si beben algún veneno no les hará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán- Así pues, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios"  (Mc 16, 15-19; cfr. Lc 24, 50-51).

Mientras miraban fijamente al cielo hacia donde iba Jesús, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este que ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá como lo han visto subir al cielo". (Hch 1, 3-11

Id y haced discípulos de todos los pueblos… enseñándoles a guardar lo que os he mandado. El mensaje de esta fiesta de la Ascensión es un mensaje activo y comprometedor para nosotros. Después de la Ascensión comienza nuestro tiempo, el tiempo de la Iglesia. Ya no es suficiente pedirle al Maestro que convierta a los pecadores, que les convenza con la fuerza de su palabra y de ejemplo de la verdad de su doctrina.
 
Cristo ha ascendido ya al cielo y ahora debemos ser nosotros los que, con nuestras palabras y con nuestras obras, enseñemos a los no creyentes el camino que han de seguir para encontrarse con Cristo. Somos nosotros, los cristianos, es la Iglesia de Cristo la que debe ahora dar testimonio cristiano y evangelizar.
 
Una Iglesia que no evangeliza no es iglesia de Cristo. No podemos escondernos detrás de las dificultades que la sociedad actual pone a la verdadera evangelización cristiana. Más dificultades tuvo Cristo cuando predicó su evangelio. Precisamente porque nuestra sociedad actual no vive mayoritariamente de acuerdo con el evangelio de Cristo, es por lo que es más urgente y comprometido predicar el evangelio. Y debemos hacerlo con valentía y con fidelidad al evangelio de Cristo. Cristo no rebajó la pureza y las exigencias de su mensaje con el fin de que este pudiera ser más fácilmente aceptado por los jefes políticos y religiosos que le iban a juzgar y por el pueblo sencillo que le escuchaba. Un evangelio descafeinado y no comprometido no es el evangelio de Cristo.
 
La predicación de su evangelio le costó a Cristo muchos sufrimientos, muchos adversarios y, al final, su propia vida. No esperemos que la predicación del evangelio de Cristo nos traiga a nosotros muchas alegrías y éxitos sociales. Nos traerá, eso sí, una gran paz y alegría interior, la alegría y la paz interior de los que saben que sus sufrimientos se han asociado al sufrimiento de Cristo, convirtiéndose así en un sufrimiento salvador y redentor.

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