Durante los domingos anteriores hemos contemplado a Jesús actuando en las tierras de Galilea e instruyendo a sus discípulos, sobre el objetivo y estilo del trabajo por el Reino. Sin lugar a dudas su personalidad les atrae, y las manifestaciones de su poder les seducen. Le llamarán “Señor” y se lanzarán hacer uso de esos mismos poderes, que dan tan buenos resultados. Pero se olvidan de sus cimientos. Hoy Jesús nos lanza una seria advertencia a todos los que nos apuntamos en su proyecto. “No todo el que me diga Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi padre”.
Es fácil proclamar la Palabra, llamar a la conversión de los otros y creer que se vive en la verdad. Es fácil participar en un grupo de oración, sentirse tocado por la estética del canto y por el calor del grupo y creer que se vive en la fe. Todo esto es fácil, pero la verdadera fe cristiana es la práctica, pero no una práctica que busque el éxito, el poder y el reconocimiento; el verdadero seguidor de Jesús es “El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo”, “el que busca el Reino de Dios y su Justicia”. La voluntad de Jesús es cuestión de amor. El final del sermón de la montaña no podía ser mejor que una invitación a vivir nuestra fe y nuestra vida con AUTENTICIDAD. La autenticidad es lo contrario a la superficialidad. Este domingo es un buen día para preguntarnos: ¿Cómo es nuestra fe? ¿Es una fe auténtica o superficial?
La parábola con la que Jesús finaliza el sermón de la montaña es muy elocuente y precisa. Dos hombres construyen una casa. Aparentemente los dos hacen lo mismo. Los dos parecen comprometidos en hacer algo bello y duradero: construir una casa. Pero no la están construyendo de la misma manera. Al llegar la tormenta, se descubre que uno la había asentado sobre roca firme, el otro sobre la arena. La enseñanza de Jesús es clara: no se puede edificar algo que perdure de cualquier manera. Hoy es un momento preciso para revisar nuestros cimientos y observar sobre qué base estamos construyendo nuestra vida cristiana y nuestra Iglesia.
Jesús hace un resumen muy gráfico para el aprovechamiento de toda la enseñanza que ha ido mostrando en el Sermón de la Montaña. Si la casa está construida sobre roca, aguantará; si se edificó sobre arena, obviamente no. Es necedad emplear tiempo, trabajo y dinero en construir una casa sin cimientos que la aseguren contra las inclemencias del tiempo y de la naturaleza. Es necedad, sin duda, haber ocupado nuestro tiempo en escuchar a Jesús de Nazaret, y luego olvidar todo lo que Él nos ha dicho. Pero, ciertamente, ¿no ocurre con frecuencia ese escuchar y no oír? ¿Cuántas veces, a cualquiera de nosotros, nos ha emocionado la escucha de la Palabra de Dios, pero al salir a la calle, con sus ruidos, luces y provocaciones, la hemos olvidado?
Esta semana comenzamos el tiempo de Cuaresma, en el que siempre se nos invita a la conversión, a cambiar y mejorar aspectos de nuestra fe para hacerla más auténtica. Quizás esta reflexión nos ha de llevar a un propósito serio de crecer en una fe construida sobre roca, sobre la Palabra de Dios, sobre la vida y el testimonio de Jesús, sobre el proyecto de su Reino de fraternidad, solidaridad, justicia, igualdad, felicidad, amor. Eso es lo que intentamos vivir en cada Eucaristía. Al reunirnos cada domingo alrededor de la Mesa hacemos el propósito de acoger un poquito más esa salvación que Jesús nos ofreció en la Cruz.