Cuando se acerca la conmemoración del aniversario de la muerte de Mons. Romero es muy común oír que las personas en el contexto de las celebraciones lo aclamen como “mártir”. De hecho, Mons. Romero es llamado “el mártir de América”.
Pero, ¿qué es lo que mueve a las personas a llamarlo de ese modo? ¿Qué debemos entender cuando hablamos de martirio?
En primer lugar hay que tener claro que el martirio tiene su origen en la muerte de Jesucristo, que fue, por cierto, una muerte violenta. Antes de él había sido asesinado Juan el Bautista y después de él inauguró el martirio cristiano en la historia San Esteban y el grupo de los Apóstoles.
La muerte martirial de Jesús generó un grupo selecto de discípulos que luego se llamó la Iglesia. De modo que podemos decir que la Iglesia nació del costado abierto de Jesús en la cruz.
Pero, todo ello ya había sido profetizado a los discípulos. Jesús decía, “los mando como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16); “Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán en sus sinagogas, y serán llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que den testimonio ante ellos y los gentiles” (Mt 10,17-18). Incluso, dice el evangelista San Juan, “llegará el momento en que cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios” (Jn 16,1-2).
Del testimonio de Jesús y sus discípulos nació la Iglesia. Por eso el libro del Apocalipsis llama a Jesús “el testigo Fiel”, es decir, el “mártir fiel” (1,5). Y el libro de los Hechos de los Apóstoles 1,8 dice claramente “y ustedes serán mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los extremos confines de la tierra”.
No hay excusas para ver a Jesús de otro modo. De frente a aquellos que ven en la Iglesia una institución que promueve el sentimentalismo inútil, la iglesia de los mártires es vista como una Iglesia seria e inspirada por el principio de la responsabilidad.
Sin embargo, no debemos olvidar que el martirio cristiano es una gracia de Dios y nadie puede provocarlo voluntariamente. Por ello, se distingue del martirio de los terroristas que se hacen inmolar por una causa política. Como solía decir San Agustín, no es la muerte la que hace al mártir, sino la causa por la que muere.
El mártir cristiano no busca la muerte él mismo, sino que da testimonio del amor de Dios en su vida. La muerte martirial le viene porque hay personas malas en el mundo que por defender sus intereses materiales están dispuestos a matar. De modo que lo que le da sentido al martirio no es solamente el odio que siente el asesino, sino el amor de donación que palpita en el corazón del mártir.
El martirio tiene la capacidad de poner de manifiesto dos aspectos. Por una parte el amor inmenso del mártir y por otra parte la capacidad de odio del que mata. Con su muerte el mártir desenmascara el mal que hay en el mundo y le pone nombre, porque obliga a los malvados a poner de manifiesto todo el odio que llevan en su corazón.
Todo el que es bautizado está llamado a ser un testigo de la fe, pero no todos pueden ser mártires. Para ello, primero se requiere el reconocimiento de la comunidad eclesial, luego el reconocimiento de la jerarquía de la Iglesia.
En el caso de Mons. Romero ha quedado fuera de duda que para el pueblo ha dado un testimonio martirial. Pero, los salvadoreños que amamos a Monseñor esperamos también que un día sea reconocido oficialmente por la Iglesia.
Estamos convencidos que si del martirio de Jesús nació la Iglesia, entonces, la Iglesia de hoy, si quiere ser creíble y renacer de nuevo, debe hacer tesoro del testimonio de sus mártires, porque el martirio, como solían decir Tertuliano, “es semilla de nuevos cristianos”.
¡Monseñor Romero sigue vivo!
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