No queremos vivir ignorando la enfermedad y el dolor, el sufrimiento de nuestros prójimos. El Papa Benedicto decimosexto, en su mensaje para esta jornada nos dice: “si cada hombre es hermano nuestro, tanto más el débil, el sufriente, el necesitado de cuidados deben estar en el centro de nuestra atención, para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado”.
Además, nos dice el pontífice, una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado, es una sociedad cruel e inhumana. Es verdad que la sociedad consumista muchas veces no logra aceptar a los que sufren y sostenerlos en su dolencia, más bien, los enfermos y ancianos son vistos como estorbo o carga no deseada. Pero, si nos ponemos a reflexionar notaremos que el individuo no puede aceptar el sufrimiento del otro si no logra encontrar personalmente en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación, de esperanza y solidaridad.
No cabe duda que el dolor y el sufrimiento forman parte del misterio humano y estamos lejos de entenderlo totalmente, además, porque estamos en una cultura en donde prima el placer, el tener y el poder. Carecemos de valores que nos impulsen a reaccionar con empatía hacia nuestro hermano, sobre todo el desposeído (¡Tanto tienes, tanto vales. Nada tienes nada vales!). Cristo nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el amor: “así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. (Jn 13,34). No olvidemos nunca, que Cristo vencedor de la muerte, está vivo en medio de nosotros.
San Bernardino afirma “Dios no puede padecer, pero puede compadecer”. Dios es la verdad y el amor en persona, quiso sufrir por nosotros y con nosotros; se hizo hombre para poder compadecer con el hombre, de modo real en carne y sangre.
Hermanos enfermos y todos los que sufren a consecuencia de la maldad que rige al hombre en sus ansias de poder, queremos hacer llegar un mensaje de luz y esperanza, y es que encarnando el evangelio de Cristo en la tierra, a través de conformar una “Parroquia Servidora y Samaritana”, nos podemos dar cuenta que precisamente a través de sus llagas, es cómo podemos ver, con claridad, todos los males que afligen a la humanidad. Resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los ha vencido de raíz. A la prepotencia del mal ha puesto la omnipotencia de su amor.”
Quienes somos creyentes hemos de aprender a ver y a encontrar a Jesús en la Eucaristía; pero no basta quedarse en esta dimensión, hay que reconocerlo, amarlo, y servirlo en los desposeídos, en los enfermos y en los hermanos que sufren o que son marginados por su condición de pobreza y necesitan ayuda.
Hace falta crear puentes de amor y solidaridad, para que nadie se sienta solo, si no cercano a Dios y a los hermanos.
Hermanos enfermos decía el Papa Juan Pablo Segundo, deseo expresar mi afecto a todos y cada uno de ustedes, sintiéndome participe de los sufrimientos y de las esperanzas que viven día a día en unión con Cristo crucificado para que les de la paz y la curación del corazón.
Por todo esto como Parroquia queremos decirle a todos los enfermos y enfermas: “Ahora son una gran familia, unidos por una misma causa y un mismo dolor; queremos unirnos a ustedes en el amor de Dios”